El Siglo de Oro español es el nombre que se da al periodo que abarca aproximadamente desde 1492 a 1659. La fecha de inicio es también la del final de la Reconquista, la del primer viaje de Cristóbal Colón a América y la de la publicación de la Gramática castellana de Antonio de Nebrija, la primera en estudiar el castellano y fijar sus reglas; es también la primera de una lengua románica. 1659 marca el final del Siglo de Oro político, aunque como manifestación artística suele retrasarse la fecha a 1681, año de la muerte del escritor y dramaturgo Calderón de la Barca.
Durante este tiempo, España se hizo con un lugar relevante en el escenario mundial al convertirse en una superpotencia política –especialmente durante los reinados de Carlos I y Felipe II, a lo largo del siglo XVI– y esto se refleja en algunas de las grandes contribuciones españolas a las humanidades. Nombres muy conocidos como Cervantes o Velázquez son solo algunos entre los que llevaron a España a alcanzar este estatus. El descubrimiento del Nuevo Mundo y el asentamiento en algunas zonas del mismo, las aportaciones al arte, la música y la literatura son importantes marcas que estos maestros dejaron, y que llegan hasta el día de hoy.
Respecto a la pintura, el Siglo de Oro español se caracteriza por una fase inicial de renacimiento tardío y otra más marcada por el arte barroco. Uno de los pintores más destacados de esta época de florecimiento es el griego Doménikos Theotokópoulos, conocido en su país adoptivo como El Greco. Formado en Bizancio, Venecia y Roma, conocía bien las obras de Tiziano, Tintoretto y Miguel Ángel; este último marcó definitivamente su estilo, que evolucionó hacia una muy particular interpretación del manierismo durante su etapa en Toledo. Asentado en esta ciudad castellana entre 1577 y su muerte, allí se conserva buena parte de su revolucionaria obra, con cuadros tan representativos como El expolio o El entierro del Conde de Orgaz. Su estilo de pintura destaca por sus características figuras alargadas, una iluminación antinaturalista que parece emanar de los personajes y los colores saturados.
Pero el pintor más destacado del Siglo de Oro es sin duda Diego Velázquez. Nacido el 6 de junio de 1599 en Sevilla, es quizá el pintor más importante e influyente de la historia de España. Supo captar la atención de los monarcas y estadistas de Europa por pintar retratos con un enfoque realista que no descuidaba la emoción. Su obra más conocida es Las Meninas, toda una revolución pictórica en la que Velázquez se incluyó a sí mismo entre los personajes retratados y que hoy es una de las piezas más admiradas del Museo del Prado de Madrid.
Durante el siglo XVI, la mayoría, si no toda la música, se escribía para la iglesia en himnos, evangelios y otras piezas seculares. Las obras de Tomás Luis de Victoria, Francisco Guerrero y Alonso Lobo rompieron el molde tradicional de la composición musical en España. Su música tenía la cualidad de capturar emociones como el éxtasis, la nostalgia, la alegría y la desesperación. Al liberarse de las piezas tradicionales escritas para la Iglesia Católica, estos autores contribuyeron en gran medida a la transición al barroco español.
Probablemente sea la literatura la disciplina artística del Siglo de Oro con un mayor número de representantes destacados. La literatura del siglo XVI está marcada por dos de las figuras más influyentes de la poesía española, Garcilaso de la Vega y San Juan de la Cruz. El primero contribuyó a la difusión del verso endecasílabo y las estrofas italianas en el castellano, con algunos de los sonetos más reconocidos de la historia de la literatura española. San Juan de la Cruz es, por su parte, considerado como la cumbre de la poesía mística en castellano, y su influencia ha trascendido las fronteras españolas.
También en el siglo XVI se publican dos obras en prosa que tendrán una importante repercusión en la literatura posterior: la Tragicomedia de Calisto y Melibea, publicada en torno a 1499, y que ha pasado a la posteridad como La Celestina, y La vida del Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades, de 1554. La primera se ha considerado obra de Fernando de Rojas, aunque existen diferentes hipótesis al respecto, y es una novela dialogada con un fuerte componente de crítica social. Esta obra marca el paso definitivo de una sociedad medieval (y su literatura) al renacimiento, y conoció un rotundo éxito a lo largo de todo el siglo XVI, pese a las críticas moralizantes de su contenido y a la censura inquisitorial que padeció. El Lazarillo de Tormes, por su parte, es una obra realista anónima (atribuida en la actualidad al diplomático y erudito Diego Hurtado de Mendoza) que inaugura el género picaresco, caracterizada por una feroz crítica moral y de costumbres.
El siglo XVII trae consigo dos corrientes poéticas enfrentadas, el culteranismo de Luis de Góngora y el conceptismo de Francisco de Quevedo, que cultivaron versos de gran complejidad además de una extrema antipatía hacia el otro, a menudo recogida en sus poemas. Lope de Vega, amigo cercano de Quevedo, recupera las métricas populares y las mezcla con las cultas en sus obras teatrales. Este autor, inmensamente popular entre el público, y apodado Monstruo de la naturaleza por Cervantes a causa de su ingente producción –hasta 1800 comedias, según algunos estudiosos–, introduce una serie de innovaciones en el teatro que recoge en su tratado Arte nuevo de hacer comedias en este tiempo (1609).
Pero la figura más relevante de todo el siglo XVII es, sin duda, Miguel de Cervantes. El autor de la que con frecuencia se señala como la primera novela moderna, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha (1605), siempre quiso sobresalir como poeta y dramaturgo, pero consiguió la fama inmortal gracias a la prosa. Partiendo de una sátira de los libros de caballería, Cervantes se embarca en una crítica social y una exploración de la naturaleza humana en la que retrata el choque entre idealismo y realidad, y en la que exhibe su dominio del diálogo a través de las conversaciones entre don Quijote y Sancho.