Cuando el primer español llegó a Argentina a comienzos del siglo XVI, la zona estaba poblada por diferentes grupos indígenas, cada uno con su propia lengua y su propia cultura. En el noroeste de Argentina, las poblaciones locales habían sido conquistadas por la armada Inca e incorporadas a su imperio alrededor del año 1480, tan solo unas pocas décadas antes.
Después de la conquista española, el territorio americano se dividió en dos virreinatos que representaban directamente al rey de España: el virreinato de la Nueva España (el primero en establecerse tras la caída del Imperio Azteca en 1521), en el que estaban incluidas las colonias españoles del norte de América, Cuba, Puerto Rico, las islas Filipinas y la mayoría de América Central; y el virreinato de Perú, fundado tras la caída del Imperio Inca en 1534, que incluía Panamá y la mayoría de América del Sur (los portugueses se hicieron con el control de lo que hoy es Brasil). El área que ahora conocemos como Argentina formó parte del virreinato de Perú, con capital en Lima.
En el siglo XVIII, los españoles rompieron el virreinato de Perú en dos virreinatos nuevos: Nueva Granada y Río de la Plata. El virreinato de Río de la Plata, establecido en 1776 con capital en Buenos Aires, abarcó lo que hoy son Argentina, Uruguay, Bolivia y parte de Brasil.
En la estructura política impuesta por España, la mayoría de las personas que eligió la monarquía para ocupar las posiciones importantes eran
peninsulares, gente nacida en España, lo que enfadó a los
criollos, europeos nacidos en Latinoamérica. Esta rivalidad, junto a las ideas de las revoluciones americana y francesa y las prohibiciones mercantiles con otras naciones y con colonias extranjeras, fueron la chispa que prendió el deseo criollo de un cambio social.
Tuvieron una oportunidad de actuar en 1806, cuando
una flota británica atacó y tomó Buenos Aires. El virrey español, un peninsular llamado Rafael de Sobremonte, huyó de la ciudad con el tesoro público durante la batalla, obedeciendo de esta forma a una ley de 1778 por la que los tesoros debían mantenerse a salvo y los virreyes debían evitar ser capturados durante una invasión para que no pudieran ser forzados a firmar una rendición oficial. A pesar de esta ley, Sobremonte fue visto como un cobarde. En su ausencia, Santiago de Liniers lideró la liberación de Buenos Aires de manos de los británicos en 1806 utilizando a las milicias criollas. La Audiencia de Buenos Aires le negó la entrada a Sobremonte a su vuelta y nombró a Liniers como virrey intermedio. Por miedo a más invasiones, la población de Buenos Aires, con criollos y eslavos incluidos, fue armada y alistada en el cuerpo militar. Por ello, cuando los británicos avanzaron de nuevo en 1807, las milicias lograron su rendición.
Después de las dos victorias militares, Liniers fue proclamado héroe revolucionario. Sin embargo, su situación cambió pronto. De vuelta en Europa,
el emperador francés Napoleón Bonaparte invadió España en 1808, lo que llevó a que el Rey Fernando VII abdicase del trono el 6 de mayo del mismo año. A pesar de que había servido a la milicia española durante muchos años, Liniers era francés (de hecho, su nombre de pila era Jacques de Liniers, a pesar de que es más conocido por la versión española de su nombre). Hubo gente en el virreinato de Río de la Plata que pensó que, con la invasión de Napoleón en España, no había lugar como virrey para un francés en el territorio español. El peninsular Marín de Álzaga lideró un
motín y trató de obligar a Liniers a dimitir en un
cabildo abierto (un tipo especial de asamblea). La mayoría de los que apoyaron el motín eran peninsulares, pero también se unió un pequeño grupo de criollos. Sin embargo, las milicias criollas lideradas por Cornelio Saavedra rodearon la plaza en la que se estaba celebrando el cabildo y forzaron la separación de los rebeldes. Y como precio del motín, la milicia rebelde peninsular fue desarmada mientras aumentaba el poder de los criollos.
Con intención de llevar calma a
las crecientes tensiones entre los peninsulares y los criollos, la Junta de Sevilla, formada en España tras la invasión de Napoleón, envió al peninsular Baltasar Hidalgo de Cisneros a reemplazar a Liniers como virrey en Río de la Plata en 1809. El General Manuel Belgrano animó a Liniers a luchar en contra del nombramiento, pero decidió no oponer ninguna resistencia.
Según iba pasando el tiempo, las tropas francesas ganaban más y más control en España, llegando a tomar Sevilla el 1 de febrero de 1810. La Junta de Sevilla se trasladó a Cádiz y se disolvió, aunque se crearon el Concilio de Regencia de España y las Indias para su sustitución. Las noticias de que ya no existía la Junta de Sevilla llegaron a Buenos Aires el 18 de mayo, prendiendo la
Revolución de Mayo, que duró del 18 al 25 de mayo de 1810.
En Buenos Aires, un grupo de abogados y militares criollos organizaron rápidamente un cabildo abierto el 22 de mayo para discutir el futuro de los virreinatos. Los delegados acordaron que Cisneros no tenía ningún derecho a gobernar desde que su gobierno había acordado su disolución. En su lugar, se formó la junta para gobernar el virreinato. Al comienzo, Cisneros fue nombrado presidente de la Junta, pero se encontró con mucha resistencia popular por las muchedumbres enfadadas que estaban fuera del cabildo (en lo que hoy se conoce como Plaza de Mayo) en la que fue forzado a dimitir. El
25 de mayo de 1810, se formó el primer gobierno independiente de Argentina, la Primera Junta. Se dijo que el papel que debía desempeñar esta Primera Junta era regir el virreinato en nombre del depuesto Rey de España Fernando VII, pero España nunca podría recuperar el control de la región. Actualmente, el 25 de mayo es festivo nacional en Argentina en honor al
Primer Gobierno Patrio.
La Primera Junta fue formada por representantes de Buenos Aires, que enviaron cartas a otras ciudades del virreinato para que enviasen diputados. Sin embargo, las otras ciudades se negaron a reconocer esta nueva Junta y comenzaron un
conflicto entre el nuevo gobierno y los leales a la corona española que comenzó en 1810.
FIGURAS IMPORTANTES EN LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA ARGENTINA
José de San Martín (1778 – 1850)
Héroe nacional tanto en Argentina como en Perú, San Martín renunció a su carrera militar luchando por España en Europa y África y volvió a su país natal, Argentina, en 1811 para unirse al movimiento revolucionario. San Martín fue un importante general de guerra y ayudó a Argentina, Perú y Chile a ganar la independencia. Actualmente, la mayoría de las ciudades argentinas tienen una estatua de San Martín y en la Catedral Metropolitana de Buenos Aires hay una llama eterna, encendida en 1947 y que arde desde entonces en tributo al General San Martín y al Soldado Anónimo de la Guerra de la Independencia.
Manuel Belgrano (1770 – 1820)
Otro de los
libertadores de Argentina fue Belgrano, un criollo importante en Buenos Aires que luchó en las dos invasiones británicas (1806 y 1807), apoyó la Revolución de Mayo y sirvió en la Primera Junta, luchó en la Guerra de la Independencia Argentina y creó la bandera argentina en 1812. También participó en las independencias de Bolivia y Paraguay.