Fernando Botero es un pintor colombiano cuyas obras son de estilo figurativo, denominadas por algunos Boterismo, lo que les da una identidad muy especial.
Cuando nos situamos frente a un cuadro, en cualquier museo, sala de exposiciones o en otros lugares, a veces, sólo a veces, identificamos el estilo del pintor y podemos asegurar la autoría de la obra. Pocos artistas han llegado a conseguir un estilo propio, personal e inconfundible: todos pensamos en Van Gogh, en Modigliani o en Picasso, por ejemplo. Uno de estos artistas, de renombre internacional e inconfundible estilo es el protagonista de nuestra historia: Fernando Botero, probablemente uno de los colombianos más conocidos en todo el mundo junto a su compatriota Gabriel Gª Márquez, posee un estilo muy particular en sus obras denominado por algunos como Boterismo.
Fernando Botero nació en 1932 en Medellín, Colombia, donde a partir de los seis años realizó estudios de primaria y luego de bachillerato. En 1944 recibió clases de toreo a instancias de un tío del pequeño Fernando en La Macarena, el coso taurino medellinense. Tras un “susto” con un astado, dejó el toreo y encaminó por fin sus energías hacia el mundo que más le interesaba desde niño: la pintura. En este periodo pintó una acuarela de un torero, probablemente su ópera prima.
En 1948 expuso sus obras por primera vez en su ciudad natal. Durante esta época de su vida hacía ilustraciones para El Colombiano, un diario de Medellín, y con sus ingresos iba costeándose los estudios, pero fue expulsado del Colegio Bolivariana porque consideraron que sus dibujos eran obscenos y ello le obligó a terminar sus estudios de secundaria en el Liceo de la Universidad de Antioquía.
En 1951 Botero se mudó a Bogotá, donde entró en contacto con algunos intelectuales colombianos destacados. En el IX salón nacional de artistas llegó a ganar el segundo premio con su obra “Frente al mar”. Aprovechando el dinero recibido por este premio y tras la venta de algunas de sus obras viajó a Europa, concretamente a España, matriculándose en la Academia de Arte de San Fernando en Madrid. Durante este periodo estudiantil el joven Botero, para ayudar a su mantenimiento económico, pintaba, dibujaba y vendía sus obras en los alrededores del Museo del Prado.
Junto a su amigo Ricardo Irragorri viajó a Florencia en el 53, donde estudió en la Academia de San Marcos, empapándose del renacimiento italiano del que le interesaron sobre todo, Piero della Francesca y Tiziano. Tras su estancia italiana volvió a Colombia y en 1955 realizó una exposición en Bogotá que tuvo poco éxito porque en esa época el ambiente artístico colombiano estaba bajo el influjo de la vanguardia gala. Un año más tarde se casó por primera vez y viajó con su esposa a México y EE.UU. allí empezó a jugar con el volumen de los cuerpos en sus pinturas (una de sus características más especiales y evidentes). En 1957 cosechó un gran éxito con su primera exposición en Nueva York.
Como si este éxito hubiese actuado de revulsivo, en el 58 fue nombrado profesor de Bellas Artes en la Universidad Nacional de Colombia y volvió a ganar el 2º premio del Salón de Artistas Colombianos. A partir de este momento empezó un periplo que lo lleva de vuelta a Washington, donde vendió todas sus obras el día de la inauguración de su exposición, regresó a Nueva York para instalarse, y logró vender “La Mona Lisa a los doce años” al MOMA, lo que implicaba estabilidad económica y prestigio.
A partir del 75 empezó a trabajar la escultura y el colombiano Museo de Antioquía le dedicó una sala. Sus exposiciones se producían por todo el mundo y el éxito le sonreía. En el 1983, por fin, se traslada con su tercera esposa a Pietrasanta, en Italia, una localidad conocida por sus empresas de fundición, que le resultan imprescindibles al Botero escultor. Sus grandes obras se han podido ver en las principales avenidas y plazas del mundo dándole, además de reconocimiento artístico, una gran popularidad.
En los últimos años Botero ha tocado en sus obras, sobre todo pictóricas, los temas candentes de la realidad política y social de su Colombia natal y del mundo, como muestra de lo cual se cuentan las 78 pinturas de la serie “Abu Gharib”, en las que denuncia los abusos que se produjeron en la prisión del mismo nombre, en Iraq, durante el reciente conflicto bélico.