En el siglo XV, Cristóbal Colón inició la conquista de América. Llegó por primera vez al continente americano en 1492.
A finales del siglo XV, Cristóbal Colón (que era un hombre culto en geografía, astronomía, historia y teología, y que tenía además una amplia experiencia en el mar) creyó que podía llegar a Asia trazando una ruta a través del océano Atlántico, es decir, dirigiéndose hacia el oeste. Tras no conseguir apoyo en Portugal, marchó a España, donde consiguió el beneficio de los Reyes Católicos, Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, que financiaron la travesía.
Colón partió desde Palos de la Frontera (Huelva) con tres barcos (dos carabelas y una nao): La Pinta, La Niña y la Santa María. Tras un largo viaje, desembarcó en una isla del Caribe localizada en lo que hoy en día conocemos como Las Bahamas. Aunque hay distintas versiones (muchas aseguran que llegó a Guanahani), en realidad no hay evidencia histórica que garantice dónde pisó por primera vez. En cualquier caso, el momento en el que tomó tierra, marcó el comienzo de la conquista española de América y el Siglo de Oro. En este primer viaje, Colón llegó también a Cuba y a la isla de La Española, que hoy en día está formada por dos estados soberanos: Haití y República Dominicana.
La carta enviada por Colón para anunciar la llegada a lo que él creía que eran las Indias en 1492, le otorgó gran reconocimiento, y le valió además el título de Almirante de la Mar Océano. Dicho reconocimiento, junto con la llegada del patronato real, le permitieron dirigir tres expediciones más en el Caribe antes de su muerte en 1506. En su segunda travesía, que salió de Cádiz en 1493, Colón zarpó con 17 naves llenas de soldados, granjeros, artesanos y sacerdotes que fueron a establecer la primera colonia permanente en las Américas.
En el llamado “nuevo mundo”, los españoles asesinaron, colonizaron y esclavizaron nativos que pertenecían a cientos de pueblos indígenas diferentes a lo largo de las siguientes décadas, pero quizá se interesaron más por las vastas y ricas tierras del imperio azteca y del imperio Inca.
Cuando los españoles llegaban a un lugar por primera vez, tenían la costumbre de mostrarse amistosos con los locales, los cuales solían obsequiarles con oro y mujeres con el fin de apaciguar a los extranjeros y que acabaran marchándose. Esta ostentación de riqueza, lejos de aplacar los ánimos de los invasores, alimentó aún más sus ansias de conquista, saquear tesoros, tomar control de las valiosas tierras (repletas de minas de oro y plata), y de, sobre todo, hacerse más ricos de lo que jamás pudieron soñar. Aunque tenían que enviar el 20% de la riqueza a la corona española, todavía les quedaba muchísimo para ellos.
En primer lugar, llegó la conquista del imperio azteca, liderada por Hernán Cortés. Poco después de su llegada a México en 1519, Cortés y sus hombres derrotaron al pueblo Tobasco, por lo que fueron obsequiados con 20 mujeres. Entre ellas se encontraba una nativa llamada Malintzin (posteriormente bautizada como Marina), la cual pronto se convirtió en la amante del conquistador. Le servía de intérprete y consejera, y jugó un importante papel en la victoria de Cortés sobre los aztecas. Además, le dio un hijo al que llamaron Martín y del cual se creía que era el primer mestizo mexicano (aunque esto en realidad no era así).
En la actualidad, Malintzin es recordada como La Malinche, una importante figura en la historia de México que muchas veces es motivo de controversia. Muchos la acusan de ayudar a Cortés en su conquista del pueblo azteca, mientras otros alegan que sirvió para hacer la conquista menos sangrienta.
Cortés y su ejército, acompañados por Malintzin, comenzaron su viaje hacia Tenochtitlán, la capital azteca. Por el camino, encontraron diferentes pueblos indígenas dispuestos a ayudarles a derrotar a los aztecas, entre ellos los Tlaxcala. Dichos pueblos, habían sido conquistados previamente por los aztecas y se vieron obligados a servir a su imperio. Además, estaban resentidos por el hecho de tener que ofrecer víctimas para sus sacrificios religiosos.
Poco tiempo después de llegar a Tenochtitlán a finales de 1519, las huestes de Cortés y sus aliados ocuparon la ciudad y tomaron al emperador azteca Moctezuma II como rehén. Unos meses más tarde, ya en 1520, Cortés abandonó Tenochtitlán para ir a negociar con un enviado que venía desde Cuba con la intención de derrocarlo. A su regreso, Tenochtitlán se hallaba inmersa en una rebelión provocada por el deterioro de las relaciones entre españoles y aztecas. Durante la ausencia de Cortés, Moctezuma II fue asesinado (aunque no sabe con certeza si fue a manos de los españoles o de los propios aztecas) y reemplazado por su hermano, Cuitláhuac.
Tras los constantes ataques, los invasores se vieron forzados a huir de la ciudad. Aunque no por mucho tiempo, ya que regresaron al año siguiente (en 1521) y en tres meses habían tomado de nuevo el control de Tenochtitlán. Cuahtámoc (el sucesor de Cuitláhuac) fue ejecutado y Cortés se convirtió en el soberano del vasto imperio.
Luego, vino la conquista española del imperio inca. Éste fue el más grande en la América precolombina, y comprendía algunas zonas del Perú actual (donde se encontraba su capital, Cuzco) Colombia, Ecuador, Bolivia, Chile y Argentina. Afortunadamente para Francisco Pizarro, el conquistador español que derrocó a los incas, la ocasión era perfecta.
Cuando Pizarro llegó a Perú en 1532, el imperio atravesaba la recta final de una sangrienta y larga guerra civil llevada a cabo por dos de los numerosos hijos del emperador, Atahualpa and Huáscar. Atahualpa se encontraba en Cajamarca celebrando la victoria de los suyos en una decisiva batalla, así como la captura de Huáscar, cuando Pizarro le invitó a una reunión. Atahualpa aceptó, ya que se sentía seguro tras la protección de miles de guerreros leales y no tenía miedo al líder de los españoles, que contaba con solo 200 hombres. Sin embargo, Pizarro lanzó un ataque que acabó con la vida de miles de incas y con la captura de Atahualpa.
El líder inca era consciente de las ansias de oro de los españoles, y se ofreció a pagar un rescate que consistía en llenar con oro la habitación en la que se encontraba cautivo. Pizarro aceptó, y en los meses siguientes, los incas trajeron oro, plata, joyas y otras riquezas procedentes de todos los rincones del imperio. Mientras tanto, Atahualpa gobernaba desde su cautiverio y ordenó el asesinato de su hermano Huáscar. Finalmente, Atahualpa consiguió pagar su rescate, pero los españoles lo ejecutaron igualmente en 1533, acabando así con el poderoso imperio inca.
Seguramente, os estáis preguntando cómo fue posible para los reducidos ejércitos españoles derrotar a las tropas indígenas, siendo estas mucho mayores en número. Esto se debió a que, además de las alianzas creadas con otros pueblos nativos, los invasores contaban con varias ventajas. En primer lugar, su armamento era mucho más avanzado. Además, contaban con caballos, imponentes animales que los autóctonos desconocían y que fueron usados como ventaja militar. Por último, las distintas y desconocidas enfermedades traídas del viejo mundo aniquilaron a millones de indígenas.